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viernes, 19 de julio de 2013

Un amor de Swann de Marcel Proust por Volker Schlöndorff (1983)



"Por el camino de Swann" de Marcel Proust es el primer volumen, publicado en 1913, de los siete que componen uno de los ciclos novelísticos más admirables de la historia de la literatura: "En busca del tiempo perdido". El libro se divide en tres partes, todas ellas variaciones sobre el tema del tiempo que inexorablemente queda atrás: "Combray", el pueblo de la infancia del protagonista, que lo rememora antes de dormir; "Un amor de Swann", o el despilfarro del tiempo en un amor, el de Odette y Swann, acosado por los celos; "Nombres de países: el Nombre", que gira en torno a los recuerdos de la adolescencia. La obra comienza con uno de los episodios más célebres de la literatura universal: la evocación de la infancia a través de la degustación de una magdalena. Algo tan simple como esto permite al narrador recobrar los lugares y las personas fundamentales que llenaron su niñez. El narrador rememora su infancia en París y en el pueblo de Combray, cuyos caminos conducen a casa del refinado Swann y al castillo de Guermantes. Tras un desengaño con la hija de Swann, Gilberte, describe sus experiencias en una playa de moda, Balbec, y su nuevo amor por Albertine. Las localidades de Balbec y Combray (en la realidad Cabourg e Illiers-Combray respectivamente) son detalladamente descritas en la obra; por eso, son muchos los admiradores del autor que las recorren en busca de sus huellas en paisajes y lugares. "Un amor de Swann" es casi una novela dentro de la novela en este primer volumen. Charles Swann, un joven y rico judío aceptado entre la aristocracia parisina de la Belle Epoque, se obsesiona por la bella prostituta Odette de Crécy, que a primera vista “no le gustaba”. El narrador reconstruye los amores de Swann y Odette, llenos de celos, pasiones y dudas, antes de su matrimonio. «¡Y pensar», exclama Swann al final del relato, «que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!». La película de Volker Schlöndorff  “Un amor de Swann” recorre un día de la vida de Charles Swann. Lo encontramos acompañado por la duquesa de Guermantes, de su amigo el Barón Charlus, y, por supuesto de Odette Crécy. Más que una adaptación de la obra En busca del tiempo es una recreación que toma el libro como excusa para hacer un retrato fidedigno del París de la Belle Epoque y del retroceso que había experimentado la burguesía después de su triunfo en la Revolución Francesa, sin dejar de ser la clase ascendente. Las clases populares relegadas al lugar de la servidumbre en un mundo de ociosos están representadas como objetos sin alma, integrados en la decoración de las habitaciones, siempre pendientes de los deseos del señor y oyendo las conversaciones más escabrosas sin pestañear. La aristocracia marcaba el gusto y decidía quién entraba y quién no en sus grandes mansiones; frente a ella una burguesía ruidosa y vulgar, patrocinaba a nuevos talentos de la literatura o la pintura, y formaba sus propios círculos, con escasos traspasos entre ambos universos. Swann se enamora de Odette Crézy, prostituta de lujo del círculo de Madame Vedurin, que jamás sería aceptada en el aristocrático círculo del judío erudito. Ambos juegan sus cartas: Charles siente una pasión enfermiza, de origen intelectual, tras asociar un rostro que en principio le parece vulgar, con la imagen de Shefora, la hija de Jetro y esposa de Moisé, de Boticelli, y está dispuesto a perderlo todo por satisfacer su capricho; Odette aspira a salir de su mundo sórdido de relaciones pagadas, casándose con su amante, y, buena conocedora de la sensibilidad masculina y de los juegos de poder en las relaciones amorosas, maneja a su antojo las inseguridades y los celos de Swann. Un día en la vida del protagonista es suficiente para transmitir al espectador estas sensaciones. En el epílogo vemos al personaje, ya viejo, confesando a su amigo Charlus, que siente que ha perdido mucho tiempo precioso de su vida, que ya no puede recuperar. Los miembros selectos de su grupo aristócrata no sólo excluyen de por vida a Odette, sino a su hija Gilberte, como si de una bastarda se tratara; los hombre recuerdan sus contactos con Odette a cambio de 500 francos. Marcel Proust nació en el seno de una familia acomodada. Fue un niño asmático especialmente propenso a los desarreglos bronquiales y, por tanto, muy sensible al cuidado de la madre, una de las figuras capitales en su vida. Estudió en el Liceo Condorcet y muy pronto inició la carrera de Derecho, que abandonaría poco más tarde para relacionarse con la sociedad elegante de París. La muerte de su madre, ocurrida en 1905, supuso un antes y un después en la vida de Proust y posiblemente también en la suerte de la narrativa contemporánea. Tras un breve período alejado de toda actividad literaria y en el que se recrudeció su asma, tomó la decisión de abandonar la vida mundana y un tanto frívola de los salones aristocráticos para recluirse a escribir. La edición de 'Por el camino de Swann' fue costeada por el propio autor. La publicación pasó desapercibida para el público. Pero Proust continuó escribiendo. Su afiebrada obstinación obtuvo sus frutos con la aparición de 'A la sombra de las muchachas en flor' (1919); el libro obtuvo el prestigioso premio Goncourt. 'El mundo de los Guermantes' (1920), 'Sodoma y Gomorra' (1922), 'La prisionera' (1923), 'La desaparición de Albertina' (1925) y 'El tiempo recobrado' (1927) completan este monumento al tiempo interior y a las preguntas sin respuesta. Las tres últimas partes se editaron póstumamente. Proust falleció de un absceso en los pulmones un 18 de noviembre de 1922. Tenía 51 años. Reza la leyenda que la última palabra que pronunció fue “madre”.

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jueves, 24 de junio de 2010

La romana de Alberto Moravia por Luigi Zampa



Alberto Moravia –seudónimo del escritor y periodista italiano Alberto Pincherle- se abocó en sus obras a temas tales como la alienación de los individuos, la sexualidad y el existencialismo. Todos estos temas aparecen, de uno u otro modo, en su obra La Romana, que fuera llevada al cine bajo la dirección de Luigi Zampa. Este libro narra en primera persona la historia de Adriana, una joven romana sencilla y bien intencionada que termina trabajando de prostituta. La Romana da cuenta de su caída moral, primero relatando sus primeros amores, sus desilusiones y la frustración que, eventualmente, la llevan a aceptar tener sexo a cambio de dinero. Comienza a frecuentar distintos hombres, primero a espaldas de su madre viuda, pero luego incitada por ella misma, quien ve en la belleza de su hija la salida a la pobreza en la que ambas están sumidas. La Romana es la historia de un alma buena que se deja corromper por las malas influencias que tiene a su alrededor: su madre codiciosa, primero; su primer amor, Gino, que la engaña y la explota; su falsa amiga Gisela, que es quien la introduce en el submundo del sexo por dinero; y una seguidilla de amantes que irá teniendo, hasta encontrar a alguien de quien realmente se enamora… sólo para perderlo después.

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domingo, 29 de noviembre de 2009

Blow Up de Michelangelo Antonioni

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miércoles, 15 de abril de 2009

Ana Karenina de Leon Tolstoi


Ana Karenina from videoculturalclub on Vimeo.

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domingo, 12 de agosto de 2007

Trópico of Cáncer de Henry Miller por Joseph Strick (1970)



Trópico de Cáncer, publicado por primera vez en París en 1934, debido a la censura no vio la luz en Estados Unidos hasta 1961, después de más de sesenta juicios. Considerada por buena parte de la crítica como la mejor de sus obras, en su primera novela se sitúa Miller en la estela de Walt Whitman y Thoreau para crear un monólogo en el que el autor hace un inolvidable repaso de su estancia en París en los primeros años de la década de 1930, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano. Para encontrarse con su destino Miller abandonó su patria y dejó atrás una larga lista de empleos que nunca le satisficieron, una hija y una familia de la que ponía distancia. Pero en su maleta empacó para llevar consigo sus recuerdos, la nitidez de las sensaciones y la brillantez de los argumentos que le hicieron rechazar ese modo de vida, que le hicieron comprender que debía preocuparse por la comida justo en el momento de experimentar hambre y no antes. Dejó de preocuparse por el mañana con tal de tener un techo y una máquina de escribir para ejercer hoy su oficio de escritor, naturaleza que no apareció en él, como sucede a menudo, cuando se publica, cuando la crítica admite la obra del escritor. No, la condición de escritor de Henry Miller se manifestó cuando comenzó a escribir y tuvo la certeza de que ése, y no otro, era su oficio y destino. Miller llegó a París en 1930, a los 40 años, sin dinero, sin trabajo, ansiando ser el escritor de un solo libro —del último libro—, el que enterraría a todos los demás porque después de su testimonio sangrante ya no habría nada que decir. De hecho, Trópico de Cáncer es un libro que se narra a sí mismo porque es el estrepitoso relato de su propia creación. Es una cínica autobiografía de la realidad. En París, Miller se añade a una pandilla de escritores holgazanes, artistas chiflados, chulos urgentes y mujeres fatales que se engañan y se necesitan entre sí. Forman un peligrosísimo tropel donde es imposible distinguir porque todos son pícaros y flagelantes. El libro cuenta, entonces, las correrías y aventuras de un bohemio norteamericano en el París de los años 30 del pasado siglo. Aventuras sexuales (sin escatimar sustantivos y adjetivos), andanzas literarias, tropezones alcohólicos, supervivencias vitales, pobreza, tristeza, gorronería, nostalgia, desamor, personajes inefables, personajes previsibles, amor y vino. Todo bajo la capa de una prosa fácil, limpia (aunque parezca lo contrario por sus sustantivos), y una carga profunda de sentimiento de libertad y de crítica a un país -el suyo, EE.UU.- que aunque le proponga la vida tranquila, el amor dejado, la seguridad monetaria, lo cambia todo eso, por un simple beso de una prostituta de París. Por hoteles de mugre y tisis, por parques donde duerme como un perro, Miller lleva los originales de su libro. No hay aquí modo de separar la vida de la obra, y este es el asalto que el neoyorquino vagabundo gana por knock out a los naturalistas del siglo XIX, tan complacidos en su retratismo de los bajos fondos. Aquellos escribían con guantes de goma para no tocar la pobredumbre, y sus libros huelen al formol puritano del patólogo. (Como a los falsos amores, a los naturalistas los mata la distancia.) En cambio, en Trópico de Cáncer, autor y libro son una moneda de una sola cara. Escrito con pasión y rabia desmedidas, Trópico de Cáncer, es la descripción de esta estancia en Paris donde, viviendo como vagabundo, descubrió por qué la ciudad del Sena atrae a los torturados, a los alucinados, a los grandes maniacos del amor. Y nos lo describe con una elocuencia que muy pocas plumas poseen. Nos relata por qué en París se pueden abrazar las teorías más fantásticas sin que parezcan extrañas. Una ciudad donde todo adquiere un nuevo significado y los límites se desvanecen. Una majestuosa obra contada por una persona que llegó a dormir junto a los perros hambrientos debajo de algún bello puente a las verdes orillas del río Sena. Trópico de Cáncer descubre ante el lector por que Henry Miller es considerado uno de los mas grandes de la literatura contemporánea. Esta obra, construida a través de las vivencias del autor, nos va llevando a los recodos íntimos de su estancia parisina, sus fantasmas, sus creencias, sus deseos mas abyectos y también a toda una filosofía o mas bien una radiografía de la sociedad decadente de las primeras décadas del siglo XX. Todo con una gran veta de humor negro, idealismo rebelde, caos vivencial y bohemia. La historia vibra con una larga lista de ejemplos de cómo desde la locura, los excesos, las renuncias, el placer o el sufrimiento, se han gestado las mejores obras de arte de la humanidad. Pero, además, la misma historia nos enseña que tales obras se han concebido en primer término para y por el placer de quienes las escriben, aquellos espíritus que se han permitido el gozo personal de crearlas sin que les haya importado el compartirlas o no. Debemos considerar que, como sucede a menudo con nuestra propia vida, para lograr capturar con nitidez los recuerdos, el mejor camino es poner distancia de ellos. Ese despiadado retrato que Miller ofrece de la familia, del amor, del éxito, de la prosperidad, de la competencia y de todos aquellos valores tan preciados para los estadounidenses, no accidentalmente fue concebido fuera de su país. Se lamenta, sí, su indiferencia casi animal por el sufrimiento de la gente, por la injusticia, ya que el libro está roído por un nihilismo ácido. Además, cansan sus divagaciones «metafísicas», que nos dan páginas redondas —o sea, sin pies ni cabeza—. Aun así, el libro mantiene la energía y el humor de sal gruesa que hacen de Henry Miller un nieto marrullero del Arcipreste de Hita, admirable, tonsurado y gozador.

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