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lunes, 27 de junio de 2011

Othello de William Shakespeare por Stuart Burge (1965)



El moro Otelo, general al servicio de Venecia, ha conquistado el amor de Desdémona, hija del senador veneciano Brabantio, relatándole sus gestas y los peligros por los que pasó; y luego se ha casado con ella. Por esto Brabantio le acusa ante el Dux de haber hechizado y raptado a su hija. Pero Otelo explica de qué manera conquistó lealmente el corazón de Desdémona, y ésta confirma su relato. Mientras tanto llega la noticia de que es inminente un ataque de los turcos contra Chipre, y se pide la colaboración de Otelo para rechazarlos. Brabantio, de mala gana, cede su hija al moro, que inmediatamente marcha con ella a Chipre. El alférez Yago, que ha sido sustituido en el cargo de lugarteniente por Casio, siente un odio profundo hacia Otelo; Yago ha oído rumores de que el moro ha yacido con Emilia, su esposa y camarera de Desdémona. En un primer momento, Yago logra desacreditar a Casio ante Otelo, haciendo que Casio se emborrache y turbe la paz pública. En ello le ayuda Rodrigo, que ama, sin ser correspondido, a Desdémona. Casio, privado de su grado, es inducido por Yago para que ruegue a Desdémona que interceda en favor suyo; simultáneamente Yago hace nacer en el ánimo de Otelo la sospecha de que su esposa le engaña con el desgraciado lugarteniente. La intercesión de Desdémona en favor de Casio parece confirmar sus sospechas y crea en el moro unos furiosos celos. Yago se las ingenia para que un pañuelo que Otelo le había dado a Desdémona como preciosa prenda (pañuelo recogido por Emilia cuando su señora lo había perdido) sea hallado en poder de Casio. Otelo, cegado por los celos, ahoga a Desdémona en su lecho. Poco más tarde, Casio, al que Rodrigo había de dar muerte por instigación de Yago, es hallado herido. Pero a Rodrigo, herido por Yago para evitar que su plan sea descubierto, le hallan unas cartas que prueban la culpabilidad de Yago y la inocencia de Casio. Otelo, fulminado por el descubrimiento de haber dado muerte a su inocente esposa, y tras haber hallado, con motivo del derrumbamiento de su mundo, su lucidez mental, se mata estoicamente para castigarse. Esta tragedia, cuyo tema dominante lo constituyen los celos, está tan hábilmente construida y arrebata de tal modo la atención que, a menos de que se haga un frío y minucioso examen, no se nota la improbabilidad de muchos elementos, las contradicciones en la psicología de los distintos personajes y una incurable inconsistencia en la duración de la acción. Los críticos se han esforzado en solucionar las distintas dificultades que presenta el drama. La más grave de ellas es la duración de la acción: desde el desembarco de Desdémona y de Otelo en Chipre hasta la catástrofe final solamente transcurren treinta y seis horas; en cambio, muchas circunstancias requieren que la acción tenga un desarrollo más largo y dure al menos algunas semanas. Se ha intentado conciliar esa evidente incongruencia de varias maneras, por ejemplo, suponiendo que la acusación de Yago contra Desdémona se refiere a una época anterior a su llegada a Chipre, puesto que durante la estancia en Chipre no habría habido materialmente tiempo para esos supuestos amoríos. Pero esta explicación se opondría a lo que Yago dice de Desdémona; así, en el tercer acto la infidelidad de Desdémona se atribuye a un período posterior a la pasión que ella sintió hacia el moro, que había durado hasta poco tiempo antes. Por consiguiente, según las palabras de Yago, la infidelidad habría tenido lugar en una época recentísima. También se aprecian contradicciones en el carácter de Otelo. Por otra parte, Desdémona parece demasiado obtusa para no darse cuenta de que Otelo está celoso, cuando recomienda a Casio en el momento menos oportuno. Más tarde, cuando ya se ha dado cuenta de los celos que siente su marido, no trata de descubrir el motivo y de tener inmediatamente una explicación con él. También los demás personajes pueden parecer algo ingenuos por dejarse engañar por Yago. Pero las confusiones y contradicciones en la psicología de los personajes, así como soluciones de continuidad entre sus caracteres y la manera que tienen de obrar, estaban en el orden del día en el teatro elisabetiano, que contaba con efectos de perspectiva que inevitablemente implicaban deformaciones que no podían apreciarse en la representación. Y precisamente en este aspecto este drama de Shakespeare es quizás uno de los más lúcidos y clásicos del autor, lo cual explica su éxito.

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